del agotamiento o el aprendizado del ódio

Nalidsa Sukprasert, Cell phone addiction, 2019.

¿acaso no vivimos para aprender que no aprendemos nada? esta pregunta de John Cage me acompaña hace un rato. últimamente, cuando duermo, sueño que estoy con las dos manos sobre el aparato móvil, moviendo mis dedos sobre una pantalla. las cosas pasan frente a mis ojos, que parecen algo como una máquina de jackpot, siendo clavada en todo momento. el premio, seguro, son algunos segundos de compromiso con el placer y la imagen o la palabra. será verdaderamente este un premio? se gana algo cuando parece que estamos, en la verdad, perdiendo tiempo? la moneda que coloco es todo lo que tengo de vida: la energía que movimienta el cuerpo. siempre despierto con la sensación de que no descansé, aún, de qué estoy todavía más cansado o agotado. tampoco yo existo durante esos minutos dormidos ante las máquinas de sequestro de atención. la vida vivida como caza-níquel. tengo odio a eso.

Deleuze nos alerta en “literatura y vida” que escribir no tiene que ver con memorias, sueños o fantasmas – no tiene que ver con el yo -, sino con crear vicinanzas con cosas que no son nosotros. al escribir deberíamos operar como un clínico observando nuestras neurosis, atravesándolas y conectandolas con cosas que nos llevan más allá del síntoma (hay otro escrito del filósofo francés sobre agotamiento, pero no voy por ello ahora, estoy agotado). siento que lo escrito para mí es al mismo tiempo salud y locura. no escribo para no enloquecer (como Bukowski), pero al escribir, me vuelvo loco: es una fuerza que me obliga pero que también la rechazo con toda mi fuerza, simplemente porque me muestra lo que soy ahora y, por su vez, lo que puedo ser. lo que escucho con el estetoscopio de la palabra es desagradable. por qué? escribo no para curarme, pero para rechazar el yo que habito.

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you eat ass, they say.

sin embargo, mis sueños han sido un buen doctor. casi siempre me han traído para la escritura. Ailton Krenak recién nos dijo que debemos pensar en el sueño no como un tiempo revolucionario o de grandes cambios sociales y personales, pero como un trabajo material voluntario, mismo sin saberlo. esta escritura onírica, utilizada hace mucho tiempo, más allá de las utopías y proyectos de futuro, son tiempos materiales de fabulación de sí mismo: un laboratorio de afectos y conceptos donde lo percibido sirve para alguién detectar algo en sí mismo que lo aburre, que lo inmoviliza (generalmente un hábito existencial), pero que no lo identificamos conscientemente. el cuerpo sonhador trabaja mientras descansamos para escribir por medio de historias locas quienes somos. para afortunadamente aprender, quizás, lo que queremos dejar de ser.

Sloterdijk escribió un libro gigante — que no me apetecen a no ser como fragmentos oraculares — sobre el imperativo ocidental que ordenó buena parte de nuestras culturas, religiones e políticas de la existencia: hay que cambiarse a sí mismo. no sería éste también una movilización constante y, por lo tanto, un proceso de agotamiento ininterrupto, de un uso sistemático e aterrorizador de una fuerza muy grande, de amor y de odio, sobre nosotros mismos? una metamecánica cognitiva y volitiva que nos hace odiar aquello que somos y aquello que piden que nos transformemos, solamente para que finalmente nos amemos. identificar lo que odiamos en nosotros mismos como posibilidad no de transformación o de aprendizado, pero dejar pasar, dejar ser, existir junto. “en nombre de la transformación” o de “la educación” son lemas de guerras y de bancos, de reyes y de pacos. forzar la transformación es también conservar el poder.

Edvard Munch, Selvportrett i helvete (Self-Portrait in Hell), 1903
“Mapplethorpe + Munch” at Munch Museum, Oslo.

hay algo, de todo modo, que el odio nos enseña: el rechazo a cierta idea de humanidad que nos trajo hasta acá, odio al conocimiento que nos enseñó pensar la liberación como salvación. si hay un trabajo crítico como clínica de sí, como esta dramática del odio al gran Otro – la trama terrible de todo saber del yo posible -, hagámoslo como una travesía del nihilismo, pero también de toda gran sabiduría, como quiso Nietzsche. algo como también escribió Almada Negreiros:

A Inteligência é o meu cancro:

eu sinto-A na cabeça com falta d’ar!

A Inteligência é a febre da Humanidade

e ninguém a sabe regular!

E já há inteligência a mais: pode parar por aqui!

Depois põe-te a viver sem cabeça,

vê só o que os olhos virem,

cheira os cheiros da Terra,

come o que a Terra der,

bebe dos rios e dos mares,

Põe-te na natureza!

Ouve a Terra, escuta-A.

François Boucher, Sleeping Shepherd, 1750. Rèunion des Musèes Nationaux © RMN.

vamos al detalle: en tiempos en que las tecnologías militares son nuestros dispositivos de relajación, o mejor, de entretenimiento, quedarse entretenido sin descansar y aprender por toda la vida, no pensando otra cosa que no el flujo de informaciones e imágenes y palabras y estímulos que nos avecinan a una gran biblioteca de viajes, sueños, enseñanzas, prescripciones, indicaciones, proyectos, personas a cada segundo, como una corriente de dados descargados simultáneamente… pues bien, quedarse así en estos tiempos no nos deja mucha cosa como paro, como descanso de la máquina deseante, como un estado de privación de atención, una meditación activa sin intención sobre las transformaciones que suceden sin nuestro conocimiento, con los rumbos de las cosas que pasan y transforman. los dolores en los dedos pulgares y en la cabeza, los músculos del cuerpo pinchando son nuestras únicas prescripciones. aprendemos algo? es necesario aprender algo? quiero dejar de ser esto que deseo ser siempre, pero que me distancio cuando lo deseo. como agarrar el deseo en el cuerpo, ser el instante de la acción libre del deseo de cambio, sin la obediencia o la mirada inquisidora del yo/Otro (cuestión política o metafísica)? aprender que no aprendemos a cambiar. cambíamos y no sé lo que más me importa. la inteligencia es una trampa, pero la Tierra, cuerpo del mundo, sabe. Krenak y Negreiros me pincharon así: pierde la cabeza, túmbate en la hierba para escuchar.

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escrito na oficina “pensamiento y escritura”, organizada e conduizada por Agustín Jerónimo Valle. Miami, abril de 2021.